Clima
Por su ubicación en la costa occidental de Europa,
la parroquia Murélaga-Aulestia tiene un clima templado-oceánico,
es decir un clima lluvioso, templado y húmedo durante todas
las estaciones del año, con un mes más cálido
por debajo de los 22ºC y con cuatro meses con un promedio
mínimo de 10ºC. Hay abundantes lluvias a lo largo
del año, con un promedio de 30m por mes. Los meses de mayor
cantidad de lluvias se extienden de octubre a diciembre, alcanzándo
la máxima en dicienbre con cuatro veces las precipitaciones
de julio, que marca la mínima.
La
caída de nieve es excepcional y escasa y cuando la hay
se concentra en los meses de enero y febrero. Más frecuente
es la caída de granizo, que se extiende durante todo el
invierno, causando daños en la agricultura de huerta y
frutales. En invierno, primavera y otoño se producen heladas
de advección.
Asentamientos humanos y uso del suelo
El relieve, las temperaturas, las precipitaciones, la hidrografía
y la flora condicionan el uso del suelo. Se elige las zonas más
bajas a los 500 metros para cultivos y prados mientras que en
las zonas más altas, donde abundan las coníferas,
se tiene los pastizales. Las auzoak se asientan en la zona baja,
siendo los núcleos más poblados aquellos que se
sitúan en las márgenes del río Oiz, a menos
de 200 metros sobre el nivel del mar: Ibarrola, Cetoquiz, Aulestia
y Guizburuaga. Las cofradías de Malax, Zubero, Narea y
Goyerri superan los doscientos metros sobre el nivel del mar,
pero sus carácterísticas bio-físicas son
muy similares a la zona baja.
Sigamos
a José Carlos Enríquez en su libro Aulesti:
El
territorio en el que se asienta la comuna de Murélaga fue
dotado de una naturaleza cultural organizada en los siglos medievales.
De hecho, todos los asentamientos cofradiales que se desarrollarán
durante la modernidad tienen su origen en el medievo. Ello no
significa en absoluto, que el espacio vivido fuese
idéntico al espacio percibido. Este último
es difuso y caótico. Más aún, conflictivo
y turbulento. Esto explica el sistema de ordenación de
las caserías en el territorio. Y frente a lo que se supone
comúnmente, aquí no rige el aislamiento sino el
agrupamiento. Surge de esta manera, la barriada, el auzoak.
Pero la cofradía es una circunscripción objetiva
y racional. Para ser más exactos, es el primer territorio
con fronteras y, en consecuencia, un territorio político,
un espacio natural y cultural y una zona o área económica.
El hecho de que predomine la arquitectura de volumen, del cubo
defensivo tomemos en este caso la cofradía de Malax,
es un perfecto indicador de las dificultades y los horrores sufridos
en las guerras banderizas. De la misma manera, el resto de las
cofradías son unidades o continuidades territoriales, homogeneizadas
por el vínculo de linaje y legitimadas por valores y solidaridades
internas. Sin embargo, este territorio polarizado en unidades
vivenciales carece todavía de redes de comunicación,
de equipamientos sociales y de instrumentos unitarios de poder.
Cada espacio es un territorio autónomo y todavía
no nos es posible definirlo o calificarlo de municipalidad o anteiglesia.
Es
evidente que las modalidades de la ocupación de los espacios
fuese a la vera del río Oiz o en serrezuelas
variaron, fundamentalmente, en función de la existencia
o del predominio de contingentes humanos y de los roles de coactivos
de los linajes. Durante siglos, amplias extensiones territoriales
fueron tierra de nadie, o de casi nadie, porque los efectivos
demográficos eran incapaces de delimitar y humanizar todo
el territorio que conformará lo que nombramos como Murélaga-Aulestia.
Sin embargo, la frontera cofradial que tiene valor de extremo
en su doble acepción: hacia adentro, ordenado y vivido,
y hacia afuera, caótico y despoblado es la primera
organización homogénea del espacio ocupado y, por
consiguiente, la base en la que se priorizará la furidicidad
de la anteiglesia.
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[Este] enclave /
/ se inscribe en la formación histórica
del Señorío de Vizcaya. Pero Vizcaya, antes de ser
Señorío fue condado y Murélaga, antes de
ser anteiglesia y puebla, fue cofradía o asentamiento linajudo.
En ese tiempo predominó la pugna entre casas y linajes.5
Casas
y linajes, que se proyectan genealógicamente, con vocación
de legitimarse mediante un control efectivo y estricto del territorio
en el que se asientan son el referente dominante. En el enclave
hubo un linaje que destacó. La historia se remonta a 1053,
cuando, según escrituras, se edifica una casa torre cuyo
duño era don Sancho Ortiz de Auleztia, un rico-home
de Vizcaya. La torre fue incenciada en 1451 por la Hermandad de
Vizcaya y reedificada por Pedro Ibáñez de Aulestia.
Luego se fundan otras casas, como la Ibacax, fundada en 1390 por
Féliz Luciano, capitán de ejército del rey
Ramiro II, que vino a Vizcaya a ayudar a sus naturales que estaban
en guerra con los franceses. Algunas de las casas fundadas han
sobrevivido el paso del tiempo, mientras otras han desaparecido.
En
los siglos bajo-medievales, la crisis feudal propició el
dinamismo y la diversificación social. De hecho, la actuación
e intervención Trastamara se vio, en gram medida, favorecida
por los factores internos de Vizcaya. Lejos de lo que se cree,
la Corona castellana no se encontró ante una sociedad cerrada
en sí misma, inmutable, aislada en valles y dominada por
una épite guerrera o Parientes Mayores. Muy al contrario,
la sociedad linajuda comenzó a convulsionarse por el desarrollo
de factores definitorios. Algunos en pleno desenvolvimiento y
expansión, como los económicos; otros, más
estéticos pero también más profundos, como
los mentales.
Pero
Vizcaya se erigió en punto de referencia para la Monarquía.
Las razones eran evidentes: a través de sus puertos salía
el incipiente pero cada vez más lucrativo comercio de lanas:
por ellos, también, se contactaba con la Europa atlántica.
En tal contexto, la aldea de Aulestia es dotada con un aval definitivo.
Se convierte en Puebla, en unidad territorial equilibrada, en
área de servicios, en referente artesanal, en enclave de
reposo de caminantes, en punto cardinal del trasiego arriero entre
los puertos de Lequeitio-Ondarroa y el interior de la Vizcaya
profunda. Más aún, se convierte en modelo homogeneizador
de la frágil división político-administrativa
de las distintas unidades cofradiales que la rodean y circundan,
en punto nodal de los diferentes auzoak, paradójicamente
aquidistantes de este centro espacial. No es casual, así,
que la casa-torre de Aulestia se ubique en el enclave de la Puebla.
Desde ella, los Ibáñez de Aldecoa dirigían
una política de aproximación de las distintas circunscripciones
territoriales para acabar conformando una unidad administrativa
(anteiglesia) y de gobierno (juridiscción), que no podemos
cronoligizar ni datar. En cualquier caso, la convergencia entre
comunidad rural (cofradías), dirección política
(Pariente Mayor) y territorio jurisdiccional (Murélaga.Aulestia)
se produjo en la Baja Edad Media.
Es
evidente que para llegar a tal estado organizativo del territorio
fue preciso priorizar el asentamiento con vocación agraria,
fue necesaria una estratificación social jerarquizada que
tuviese como referente el caudillaje tribal y fue obligado, finalmente,
que el espacio comenzara a compartimentarse, acomodarse y adecuarse
aámbitos económicos, ecológicos, políticos
e ideológicos. Tal dinámica, obviamente, duró
varios siglos. Posiblemente, entre los siglos IX-X y XII-XIV,
período lo suficientemente extenso para quedarse articulada
la relación entre las montañas y el valle de Aulestia.
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Antes del siglo XII, por tanto, las células homólogas,
llámense auzoak o aldeas, se asentaron es espacios
vagamente delimitados. Dentro de ellos, muy probablemente en cotas,
levantaron sus hogares con material perecedero como madera y ramaje.
Estos grupos humanos instalaron campos de cultivo extensivo a
base de rozas. Junto a ello, también reservaron espacio
de monte para el ganado. De esta forma, con el transcurso del
tiempo, el espacio de cada grupo adquirió una noción
de límite y de frontera. El progresivo desbaste del monte
siempre en sentido descendente y buscando terremos llanos
permitió desplazar la azada e introducir el arado, contribuyendo
a establecer campos cerealeros más productivos y estables
y, por consiguiente, unidades de poblamiento más grandes
y concentradas. Incluso, es muy posible que la conformación
de huertos a pie de hábitat favoreciese la identidad de
la tierra con el hombre.
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Lo importante era que la comunidad que habitaba un espacio se
reconociese a sí misma y que reconociera una misma autoridad
política. Dicho de otra manera, lo decisivo fue que las
casas que ocupaban el auzoak /
/ se articulasen como un conjunto
de personas mutuamente ligadas por lazos comunes de solidaridad
en relación a un mismo paterfamilas; lazos
fundados más sobre una comunidad económica que sobre
un parentesco de sangre.
Esta
fase muy bien pudo extenderse desde el siglo VIII al XII. Se trata
de un período decisivo en la medida que dará entidad
social a un espacio abrupto y desorganizado. Por ello hacemos
tanto hincapié en la doble perspectiva histórica
de los asentamientos humanos ubicados entre los ríos Lea
y Artibai. Por una parte, reconocemos un proceso de sedentarización
en aldeas dispersas y, por otra, apostamos por el papel constitutivo
y regulador del señor en la conformación del espacio
político y organizativo de los auzoak alto-medievales.
El
estadio histórico subsiguiente que penetraría sin
ambajes en los siglos bajo-medievales, redundaría en la
potenciación de este tipo de estructura de poder. Los señores
tradicionales, los clanes de familia mejor situados en la estructural
social favorecerían la unificación territorial,
integrada por un mismo pueblo que vivía sobre
una misma tierra y usaba de un mismo derecho y prerrogativa en
la utilización y usufructo del espacio. Ello no significa
que los entramados sociales fuesen homogéneos ni que existiese
una capacidad de intervención política en el territorio
similar a todos sus habitantes. Muy al contrario, cualquier decisión
sobre el territorio quedó subordinada, cada vez más,
a dirigismos de ciertas caserías, en las que algunas personas
acabaron por erigirse en referente de poder y legitimación.
/
/ Valdría afirmar que la sociedad bajo-medieval
acabó vertebrándose en relación a espacios
aprentales donde la subordinación económica y la
dependencia vasallática imposibilitaron cualquier iniciativa
autónoma, es decir, toda decisión persoanl o familiar
acabó inserta en los dictados del Pariente Mayor o el señor
mejor situado en ésta o aquella auzoak.6
/
/
El crecimiento demográfico, la extensión de las
aldeas y de determinados linajes, culminaron la caracterización
de los territorios como áreas geográficas de singularidad
propia. /
/ Los problemas comúnes que les afectaban
y la acción precisa para afrontarlos tendieron a crear
la solidaridad y la cohesión necesarias para favorecer
la aparición de una organización rudimentaria de
las comunidades. A aquellos hombres les interesaba, al igual que
a los habitantes de las demás tierras circundantes, el
aprovechamiento comunal de prados y bosques, del monte, del molino;
las cuestiones derivadas de la explotación agraria o ganadera,
como el apacentamiento colectivo de algunos animales domésticos,
la fijación de los términos de las tierras, el precio
de los alimentos, el establecimiento de los pesos y medidas; la
validación de los actos de jurisdicción voluntaria;
la publicidad de las transmisiones de propiedad (compraventas,
donaciones, testamentos, etc.); la necesidad de defensa común;
la organización de la persecución de los delincuentes
y la lucha contra los animales dañinos, etc.
En
este proceso va a jugar un papel decisivo la demarcación
eclesiástica, cuya significación social va a trascender
del campo religioso a la vida civil.
La Ermita
En la Baja Edad Media sobre el solar vizcaíno se
irán erigiendo ermitas e iglesias que permitirán
dar la suficiente entidad a los colectivos humanos tanto en su
representación comunitaria como en su pertenencia a dicha
comunidad. No es casual que todas las cofradías que conforman
la anteiglesia de Murélaga ubiquen en sus términos
una ermita.
La
ermita era un habitáculo que transfería identidad
al auzoa. /
/ [En las ermitas eran] un lugar de reunión,
/
/ donde de forma periódica, eran abordadas las cuestiones
más perentorias que afectaban la vida cotidiana de cada
aldea. /
/
Es
muy probable que de estas juntas cofradiales, posiblemente durante
la expansión del siglo XIII, surgiese la idea más
por los imperativos históricos del crecimiento general
de la comarca que por otras puntuales circunstancias de
adecuar y de converger los diferentes auzoak en unidad administrativa,
política y jurisdiccional, ultimando lo que conocemos como
anteiglesia de Murálga-Aulestia. Y tal unidad sería
capitaneada o dirigida por el solar de los Aulestia, auténtica
casa baluarte de la patriarcalización del poder y la sumisión
de toda la zona. También, muy pronto, una ermita fue erigida
en parroquia y convertida en polo de referencia no sólo
de todas las cofradías de la anteiglesia de Murélaga,
sino también de las anteiglesias vecinas.
Recapitulando, el surgimiento de la personalidad pública
de Murélaga como anteiglesia se basó en la concurrencia
de dos elementos: la existencia de una ermina-parroquia, en primer
lugar, y después, como consecuencia, su institucionalización
pública. Esta institucionalización alcanza su carta
de naturaleza jurídica cuando los otros espacios culminan
el idéntico proceso de territorialización que vislumbramos
para Murélaga y el espacio, el poder y el territorio quedan
insertos y legitimados en las Juntas Generales de Gernika.7
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