Nunca
me habría imaginado que después de tantos años
viajaría a Francia dos veces durante un mismo semestre. En
febrero de 1983 me había perdido el viaje a París
con mi madre y mi hermana Magaly durante el clásico recorrido
por Europa en un mes cuando decidí devolverme sola a Patras
desde Brindisi. Con 100 dólares en el bolsillo y la decepcionada
bendición de mi madre me fui a vivir la aventura amorosa
que en gran medida definió lo que siguió de mi existencia,
y me perdí el resto del viaje.
En enero de 1996 había estado en una cortísima visita
de tres días en París. Fue uno de los inviernos más
duros que he vivido; en París hacía un frío
que calaba los huesos y en el sur de Suecia la nieve no dejaba de
caer y cubrir todo de blanco; el agua del Öresund estaba congelada
y el tradicional paso entre Dragør y Malmö estaba cerrado.
Doce años después, este año, estuve en enero
con Cynthia y en julio con Lorena y Guilhem.
El viaje había sido programado por Lorena y Guilhem desde
Cuba. El pasaje a París fue una gentil invitación
de Lorena y el tramo de París a Albi corrió por cuenta
de Guilhem. Yo colaboré modestamente con los pasajes desde
Kastrup a casa a nuestro regreso.
Una semana antes Lorena y Guilhem habían viajado desde Cuba
a Estocolmo, donde habían estado en casa del padre de Lorena
hasta el día del viaje a Francia.
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