NEW YORK 2009


>> Relato <<

Había pensado que Nueva York ya había cumplido su papel en mi existencia, no porque no me gustara sino porque hay tanto pendiente por conocer. Hacía 20 años había viajado a la ciudad de la gran manzana, pero me había quedado en la casa de gente generosa que vivía en New Jersey, por suerte esa gente, aunque escasa, no desaparece. El propósito principal de esa visita fue entrevistar al artista Alfredo Jaar, que tenía su taller en Wall Street. Descubrimos que teníamos en común nuestra admiración por el médico y escritor martinicano Franz Fanon.

Veinte años más tarde viajo invitada por mi hija, una experiencia inesperada. Desde luego el lugar es siempre secundario, lo importante era verla en su nuevo entorno. Había tenido que dejar su puesto en La Habana antes de terminar su misión para tomar nuevos rumbos en la sede principal de la ONU en Nueva York. Surrealista en mi imaginario, pero realista para esta joven tan trabajadora y ambiciosa que salió un 27 de julio de mi barriga.

Después de varios tiras y aflojas por cuestiones de indefición de mi situación laboral decidimos mi viaje para el miércoles 3 de junio, me quedaría hasta el 13. Apuraba la causa porque no sabíamos cuánto tiempo más se quedaría Lorena en NY. Contenta me puse a planificar detalles de mi viaje, tenía mucho que dejar en orden en casa y quería terminar un vestido que estaba cosiendo a Lorena. Mi amiga Lelis se había ofrecido a quedarse en casa para que mis plantas no se secaran de tristeza y Maurice, el gato que cohabita en mi casa, no se sientiera solo y despisatado en esta vida.

Attila me fue a dejar a Lund para alcanzar un tren que me llevara a tiempo al aeropuerto. No había conexión con Copenhague tan temprano desde casa. El vuelo salía a las 07:50. Todo normal a la ida. El vuelo hizo una corta escala en Heathrow y siguió rumbo a Newark, New York. A mi llegada me esperaba Guilhem, pero no mi maleta rosada. Fuimos a la oficina de reclamos de la British, la aerolínea en la que viajaba. Me dieron una tarjeta visa con 50 dólares y me mandaron a casa con el cuento de que al día siguiente tendría mi maleta, luego de verificar que seguía en Copenhague. Lorena nos esperaba fuera del departamento.

Fuimos a comer a un restaurante griego. Yo pedí mis consabidas chuletas de cordero. Ese fue el inicio de una linda e inolvidable estadía en Nueva York, cuyo amplio registro fotográfico forma parte de este sitio.

Dormí (y ronqué) cómodamente en el sofá de la sala, me acostumbré a los desayunos de café con leche y a la charla y compañía de Guilhem mientras Lorena estaba en su trabajo. Me encantó nuestro paseo por la librería-café...pequeñas cosas importantes, como diría el I-Ching.

La nota discordante fue el extravío de mi maleta. Diariamente llamábamos a distintos teléfonos intentando seguirle la pista. Tampoco resultaba mirar el sitio webb de la aerolínea porque no funcionaba, al menos para nosotros. Al tercer día de mi llegada fuimos de compras con Lorena, al sector del Rockefeller Centre. Me compré pantalones, poleras y sandalias para cambiarme.

Me dio mucha satisfacción ver a mi hija en su oficina, era uno de los puntos más importantes de este encuentro. Me presentó a sus compañeros de trabajo y se preocupó de que no mostrara los hombros...contra las reglas (!). Desde su oficina tiene una vista privilegiada de Manhattan, un detalle estimulante en un trabajo que a veces es árido. Vi a mi hija preciosa, habilosa y trabajadora haciendose camino en la vida. Me siento muy orgullosa de ella.

El noveno día, es decir el día anterior a mi partida, apareció mi maleta. La trajeron a las 6:30 de la madrugada. Como sea, poco de lo que había llevado me hubiera servido. Ahí no terminó la historia de la maleta. A mi regreso, esta vez de JFK, el vuelo salió atrasado, llegó consecuentemente atrasado a Heathrow y perdí la conexión con Copenhague. Estuve 8 horas dando botes por el aeropuerto, acumulando cansancio e indignación. En vez de llegar a casa a las 16:10 llegué a la media noche, en taxi porque los trenes habían dejado de pasar. Con Lorena iniciamos un reclamo por el retraso. Escribimos largas cartas explicando el daño material, moral y palcarajo que me había causado el retraso, mandé todas las boletas que había acumulado y pronto ingresó a mi cuenta 1000 dólares de compensación por el sufrimiento causado. Como sea, si la maleta no se hubiera perdido no habría podido comprar nada porque los 60 dólares que llevaba para mis gastos me habrían alcanzado para un paquete de chicles, de los baratos.

Mi hija me fue a dejar al aeropuerto. Parece que la nostalgia me juega malas pasadas porque no pude evitar llorar amargamente al momento de separarme de mi niña. Es la ley de la vida, como decía mi madre, pero cuesta aceptarla.