La primera noche salimos a cenar a un restaurant ubicado a una cuadra de la Plaza Castilla. Cenamos lechón asado, una delicatez que no pudimos terminar. Como ninguna de las dos tenía sencillo nos escapamos sin dejar propina, algo que me mantiene en vela de vez en cuando. La segunda noche salimos a Plaza Santa Ana, donde luego de pasear y comprar aros en una de las pocas tiendas abiertas a esa hora de la noche, cenamos en un restaurante servido por japoneces. Pedimos confit de pato y biffe con puré. Mi confit es lo mejor que hemos comido en mucho tiempo. Lorena, como siempre, es una fuente interminable de alegría y positivismo. |