Martín Felipe Yriart
Ximena Narea me envía por e-mail una nueva versión de la progresiva de Muchacha de Midtown.
Muchacha de Midtown representa una escena en la que una mujer joven, de pie, vestida con un vestido ligero que resalta su figura, apoyada contra una baranda en los altos de una escalera, habla por el teléfono móvil. Con una mano lo sostiene contra la oreja; con la otra mano, gesticula. Su rostro se contrae concentrado, insistente.
Como toda escena muda (la imagen puede recrear todo menos el sonido), esta escena puede interpretarse de muchas maneras. Detrás de la muchacha se ve el ángulo que forma la esquina de un edificio de piedra gris que imita el cemento; y en la fachada, una ancha y alta puerta color marrón-verdoso de doble hoja, firmemente cerrada.
Por la arquitectura, el edificio puede ser parte –los fondos– de un teatro, un cine, una discoteca; menos probable, un restaurante o un museo. Aunque no hay carteles, puede tratarse de una salida de emergencia, o un acceso de proveedores.
Da la impresión de que la muchacha ha recibido una llamada de teléfono y ha salido al exterior del edificio para hablar con comodidad, una situación frecuente en una ciudad como Nueva York, como Madrid.
Sobre el alto dintel de la puerta que se ve a espaldas de la muchacha hay un foco de luz, reforzado con barrotes de hierro, que la ilumina directamente y proyecta su sombra en la dirección contraria. La sombra se despliega, articulándose según los ángulos de la construcción, que la dividen en dos. El perfil de la sombra, semi-traslúcida en la imagen, se recorta nítidamente contra el material de muros y suelo.
Sombra, figura y escenario forman un conjunto que abre las puertas a las preguntas y la imaginación.
Muchacha de Midtown, el título que le ha puesto Ximena, acota los límites: la escena está localizada en el Manhattan central, el distrito de Nueva York vecino a los grandes edificios de empresas, bancos e instituciones de Downtown. “Allí vive mi hija Lorena”, acota Ximena Narea. (Yo también he vivido allí, en un hotel de dos estrellas próximo a Lexington Avenue, que mi memoria se resiste a recordar.)
La imagen que muestra el cuadro no hace pensar, sin embargo, en una secretaria ejecutiva o recepcionista, sino más bien en alguien extraído de una historia, una narrativa no del todo individual, pero tampoco anónima. Por el contrario, como las sirenas, nereidas o sílfides, a pesar del nombre colectivo, cada una representa un argumento dramático; cada una es personaje de una acción.
Cada llamada telefónica es una narración en potencia: dos personas (al menos) intercambian sus respectivas historias y pactan acciones comunes o separadas. De cada conversación telefónica puede construirse una novela (en curso), una historia (pasada).
Pero, ¿qué novela, qué historia representa la Muchacha de Midtown? ¿Qué personaje? ¿El de la hija de la artista, de visita en Nueva York? ¿O algo más? ¿Algo totalmente diferente? Preguntar es fácil; llegar a la respuesta, no.
*Octubre 22, 2012.
| Ximena Narea - Muy interesante tu análisis de la pintura de la Muchacha de Midtown. Un teléfono, eso es genial y coincide con una joven que vive en Manhattan, o una joven como las de nuestro tiempo, que andan con el celular pegado a la oreja. Yo creo que tu interpretación está muy bien, más allá de lo que yo haya pintado.
El título es un problema siempre. He aquí el anecdotario.
Siento una atracción un poco rara por las puertas y los cerrojos (será porque veo muchos de esos en mi vida), desde antes que decidiera pintar fotografiaba cerrojos, pensaba en los límites que creamos, límites reales, como las puertas y cerrojos y límites ficticios, siempre estamos en eso, como queriendo delimitar el yo y lo demás. La puerta marca claramente que no puedes pasar, pero tras las puertas hay fantasmas que no ves y que tienen vida propia, que te observan: no te dejan pasar.
La imagen en cuestión la tomé en el centro viejo de Ginebra y la chica es Lorena, justo en la pasarela que va hacia la fuente de Ginebra, me gustó su postura. La foto es muy mala porque no se ven detalles. Con una mano ella se apoya en un pasamano y con la otra creo que se aparta el pelo de la cara. No hay teléfono.
Lorena tiene un celular anticuado, sin cámara ni finezas, que usa poco. No hace mucho en el trabajo le dieron un teléfono para cuando sale de viaje, porque cuando estuvo en Madrid, por ejemplo, usó el mío, que también es una pieza de museo. La razón de rehusarse a tener un teléfono más moderno es que no quiere estar disponible 24 horas (y encima pagar la cuenta), quiere poder salir de su oficina y pensar en otra cosa.
Como el título de mi cuadro anterior, La chica del molino, que calza perfectamente porque la niña vive en un molino y el cuadro tiene un cerrojo que existe en ese molino. No ocurre lo mismo con el nuevo cuadro: la puerta pintada tiene nada que ver con la identidad de la joven (Lorena, ella sólo estaba en esa ciudad por trabajo, y en el momento de la foto de vacaciones con su madre); pero vive en Midtown Manhattan. Entonces le puse Muchacha de Midtown, que en realidad no se puede traducir al español porque Midtown está identificado con Manhattan.
*Octubre 22, 2012.
X N - Le comenté tu texto a Lorena. Coincide en que el lugar podría ser Manhattan, pero ella ve la figura como una joven que sale de la asfixia de cemento para respirar aire fresco.
*Octubre 23, 2012.
M.F.Y. – Me quedo obviamente con la lectura de Lorena, antes que ninguna otra. Por decir algo obvio: la diferencia clave entre un enunciado lógico y uno estético es que el primero tiene una sola lectura posible y el segundo, infinitas.
Por poner un ejemplo: una ecuación de Einstein no se lee de la misma manera que un cuadro de Picasso; una es un enunciado cerrado en el mismo código (teoría de la relatividad); el otro permite tantas interpretaciones como miradas se depositen sobre él (teoría de la recepción).
Pero lo que aquí complica la situación es que Lorena es el objeto, no el sujeto, de la mirada. Con la complicación de que la mirada no es la del observador sino la del artista.
*Octubre 26, 2012 |