Llegué
en el bus que para a unos metros de mi casa a las 18:10. Ya había
oscurecido y llovía, así es que pensé que mi vecino nuevo tendría
esto en consideración y no esperaría que me apareciera, como había
prometido cuando nos habíamos encontrado en el bus al medio día.
Yo venía llegando de mi clase de conducir, una pasada larga por
los computadores de la escuela para repasar la “teoría” y luego
de mi sesión de natación en la piscina de Lund. La salida de casa
me había consumido 6 horas así es que no estaba de ánimos de hacer
vida social, además tenía que seguir con la corrección de textos
para un libro.
Cuando
me acercaba a casa después de haber recogido el correo del buzón
sentí a mi vecino salir de su casa y gritar que me estaba esperando.
No tuve más remedio que saludarlo y decirle que iba a dejar mis
cosas a mi casa y luego iba a visitarlo. Mis vecinos de la casa
que queda entre la mía y la de él me habían advertido que era un
tipo raro y que su casa era un poco inóspita. Melani hasta había
dicho que no se atravería a beber una taza de té o agua en su casa.
Con esos antecedentes me dirigía a casa de Henrik, como se llama,
según pude ver en la tarjeta de visita que me dió durante nuestro
encuentro.
Me
apresuré a encender el fuego de la chimenea para no encontrar mi
casa helada a mi regreso y como llovía llevé mi lindo y caro paraguas
en colores turquesa que le hace juego a una de mis faldas (no further
comments). Henrik me recibió muy cálidamente, puso mi paraguas,
que no se quiso cerrar, en medio del living para que se secara y
puso mi chaqueta en una percha que colgó en su baño.
Yo
no había estado en esa casa ni siquiera por curiosidad cuando había
estado a la venta. Melani me había contado que era pequeña y que
sus dueños querían medio millón de coronas por ella. La casa había
estado abandonada, con la hierba que alcanzaba el medio metro y
un árbol de manzanas que estaba en el antejardín que daba manzanas
como si tuviera que alimentar a un regimiento. En más de una ocasión
me había aventurado a robar algunas cuando planeaba pajs de manzanas
sin tener manzanas. Considerando que mi casa había costado 610 mil
y la de ellos un poco más de 300 calculábamos que esa casita no
costaría más de 250 mil. Para nuestra sorpresa alguien pagó
el medio millón. No nos imaginábamos quién podría haber sido el
despistado hasta que apareció Henrik, un marinero jubilado. Mi primer
encuentro con él fue en la parada del bus, un par de días después
de mi regreso de Cuba, donde me había encontrado con mi papá que
había viajado desde Chile, mi hijo, que había viajado desde Estocolmo
y mi hija que vive en Cuba. Se presentó como el nuevo vecino y aprovechó
de contarme de los otros vecinos, cinco en total, porque son seis
casas ubicadas a orilla del camino que une Teckomatorp con Svalöv.
Me contó que una pareja se iba a separar. Ah, dije,
debo ser yo, que había terminado mi matrimonio de 11 años el mismo
día de mi regreso de Cuba. Tenía ganas de estrangular a Melani pensando
que ella había ido con el chisme donde el viejo, ¿quién más?. Resultó que no sólo yo me había
separado, sino también sus vecinos más próximos, que era a los que
él se estaba refiriendo.
Henrik es un hombre delgado de aproximadamente 1,75 cm y de 63 años,
pero que aparenta más. En nuestros encuentros en el paradero del
bus que nos llevaba a Teckomatorp donde nos separábamos para él
ir a Landskrona y yo a Lund, siempre lo veía con una chaqueta azul
medio desteñida y con una serie de broches en el lado izquierdo.
La
sala, ubicada a la izquierda de la puerta de entrada parecía vacía,
pero pegado a las paredes había una serie de cosas: altos de carpetas,
un secretaire sin silla, en una esquina una mesa baja con un televisor
pequeño que funciona mal, según explicó el propio Henrik, en otra
esquina otra mesa con otro televisor más pequeño que funcionama
aún más mal, una silla con un cojín de silla de playa a rayas
gruesas blancas y rojas, una hilera de carpetas, libros, y otros
altos de objetos difíciles de describir. Una alfombra roja tipo
persa cubría casi todo el piso de la sala, incluso un cuadrado de
un metro de cerámica donde debería ir una chimenea, como lo refuerza
la presencia de un trozo de tubo que salía de la pared a una algura
de nos 180 cms que tenía tapado con algo que parecía un calzón.
Los muros estaban adornados con una serie de dibujos en papel diamante
(del que usan los arquitectos) de la casa pintados a la témpera
en colores fuertes. Me invitó a recorrer la casa, como se suele
hacer aquí cuando uno visita por primera vez a alguien: al lado
de la sala estaba la cocina, cómoda y suficientemente grande, al
lado de ésta el baño-lavandería, en buenas condiciones. Al
otro lado de la puerta de entrada había otra habitación donde había
una mesa sencilla y una silla. Allí, junto a latas pequeñas de pintura
y otros materiales, tenía a medio construir el modelo de un aeroplano.
En alguna de nuestras conversaciones de bus me había contado que
le gustaba construir modelos de molinos y otras cosas, que construiría
alguna de esas cosas para la iglesia de Källs Nöbbelöv. No me extrañó
entonces que ya hubiera ido a la iglesia y que conociera a toda
la comunidad de ese caserío ubicado a unos 500 metros de nuestras
seis casas. Tenía también una maqueta de su casa pintada y una serie
de pipas a medio hacer. Yo había recibido una de esas pipas en otro
viaje de bus, como agradecimiento a un habano Cohiba que yo le había
dejado como regalo de navidad colgando de su puerta, después que
había comentado que le gustaba fumar y que un habano era algo que
disfrutaría mucho. Aunque yo nunca he fumado suelo
tener habanos para regalarselo a gente que me simpatice.
Lo
más lujoso de la casa era la escalera que lleva al segundo piso
y que parte del pequeño hall de entrada que separa la sala de la
habietación de los modelos.
-Voy
a ser un caballero subiendo primero, dijo. En realidad es al revés.
Una
escalera de esas necesito yo en mi casa porque tiene los peldaños
muy estrechos y no extrañaría que más de uno se caiga y se quebre
algo.
El
segundo piso está divido con el pilar que forma la salida de la
chimenea. En un lado había una mesa con una pantalla vieja de computador,
un teclado, pero ningún disco duro. Tenía también un escaner y dos
impresores. Nada funcionaba ni tenía corriente para enchufar alguna
máquina. Al otro lado estaba su dormitorio, que sólo tenía una cama
estrecha y apoyado en la almohada habia un oso de peluche. No
había closets, pero había una barra desde donde colgaban unas 5
camisas y otra poca ropa, entre las que conservaba su antiguo uniforme
de marinero que me mostró con gran orgullo.
Después
de inspeccionar la casa me senté en la única silla de la sala y
él se dispuso a preparar café. Me invitó con pan
horneado especialmente para mi visita. Me acordé de Melani, que
no bebería ni agua de la llave según me había dicho, y yo comiendo
hasta pan y bebiendo café en una taza saltada, que pude elegir yo
misma entre varias, todas diferentes. El pan estaba rico y lo mismo
el café, hasta me repetí el pan y el café.
Henrik habla mucho y de distintas cosas. Me mostró un álbum fotográfico
que yo trataba de ver pese a que no tenía mis lentes, pero no alcancé
a mirar muchas fotos antes de tener otro álbum con fotos antiguas
sobre el primero, y luego otro con fotos de su familia y de sus
viajes, y otro más con fotos de su coloni que había vendido hacía
un tiempo. Me mostró dos antiguos pasaportes de su tiempo de marinero
donde se registraba cada lugar donde había estado, incluido el puerto
chileno de San Antonio. Hice algún comentario sobre antepadados
a propósito de algo que vi en alguno de los álbums y sacó de inmediato
una carpeta con una investigación genealógica y me mostró un árbol
genealógico que llegaba al siglo XVIII. Me contó que sus padres
eran de Estocolmo, que en algún momento el padre había vivido al
sur de Suiza y había invertido en petróleo triplicando la inversión,
y que gracias a eso él había heredado 10 millones de coronas. Le
había comprado un porche al hijo y a la hija le había dado una suma
que no recuerdo. De todas formas conté mentalmente que le sobraban
bastantes millones. Como adivinándome el pensamiento confesó que
gran parte se le había ido en una novia nigeriana que tenía en Copenhague.
Recordé entonces un retrato de él y de una africana que había visto
colgado a la cabecera de su cama. No hice ningún comentario en ese
minuto pensando que tal vez se trataba de otra persona, o que era
el registro de alguna aventura durante sus viajes a algún país africano,
si había estado en alguno, aparte de Sud Africa, donde sí sé que
estuvo.
Confesó
que no era tan fácil casarse con la nigeriana, pero que tenía el
consentimiento del padre. Habían llamado en algún momento solicitando
la bendición de la familia. El padre, hablaba buen inglés según
Henrik, había preguntado si él era bueno con ella y como la respuesta
fue afirmativa no puso reparos en el matrimonio. Sin embargo, la
boda quedo pendiente porque la burocracia exigía que la pareja viajara
a Nigeria y se confirmara que la novia no estaba casada en su país,
circunstancia que por alguna razón pudiera haber olvidado comentar.
Por mientras ella trabajaba en el sector informal, según me explicó;
no limpiando o realizando ese tipo de trabajo no calificado, sino
”tu sabes”, y me informó que ganaba mucha plata con su trabajo,
lo cual debe ser cierto si consumió buena parte de la herencia de
mi vecino. Total que la boda sigue pendiente, pero de concretarse
la nigeriana se convertiría en la cuarta esposa de Henrik.
Habiendo
agotado el tema de la nigeriana me contó que le gustaba mucho leer
y me mostró sus libros uno por uno, partiendo por Utvandrarna de
Moberg, un clásico de la literatura sueca. Poco era lo que podía
participar de nuestro “diálogo”, pero de vez en cuando comentaba
algo, que servía para mostrarme y contarme más cosas. A propósito
de Moberg le dije que tenía la trilogía y que hacía unos días había
comprado las películas, que protagonizaron Max von Sidow, Liv Ullman,
Monica Zetterström y otros. Habia visto las películas pero las vería
con mucho gusto cuando yo decidiera verlas. Tenía unos 20 o 30 libros,
entre los que estaban Dostojevsky, Heminguey, Cohelo, Shakespeare,
la biblia, etc. Tenía un antiguo libro de historia de Suecia, que
entendí se ofreció a prestarme, pero le dije que tenía unos cuantos
libros de historia sueca. En realidad tengo un alto de libros por
leer de modo que sería una tontería aceptar nuevos libros para sumarlos
al alto. Con una energía que no disminuía me mostró una publicación
turística de Menorca, donde piensa comprarse una casa y terminar
sus días, un diccionario español-sueco y otro diccionario de bolsillo
portugués-sueco.
En
ese interminable flujo de acontecimientos y cosas que me mostraba
había un mapa de Europa sobre el que fue apuntando todas las ciudades
donde había estado, entre las que estaba Hamburgo, donde se había
casado con su primera mujer, creo que en la casa del marinero. De
eso hacía más de 30 años. Otro de los muchos lugares visitados estaba
una ciudad polaca donde había un museo del ámbar, no recuerdo el
nombre de la ciudad, tal vez Varsovia. Alcancé a comentar que el
ámbar era mi piedra, de acuerdo a mi horóscopo, y reaccionó de inmediato:
-Tengo
muchas de esas piedras, te regalo la que quieras, con o sin cadena,
y desapareció para volver con una cajita de lata donde guardaba
unas monedas de 50 öre con agujeros y unas piedras comúnes, que
como tantas cosas de su casa, les faltaba un pedazo. Desde luego
no había ningún ámbar pero insistió en que escogiera la que me gustara,
elegí una piedra grande pulida, con fallas. Ofreció obsequiarme
una cadera plateada pero la rechacé cortésmente.
Aproveché
una pausa para manifestar mi deseo de retirarme y lo invité a visitarme.
Me trajo mi chaqueta y me ayudó gentilmente a ponérmela y me dió
un ramo de tulipanes amarillos a los que evidentemente le quedaban
pocas horas de vida. Sabía por Melania que había comprado tulipanes
para ella y para mí la semana pasada, pero no se había atrevido
a venir a mi casa a dármelos, por eso cuando los recibí ya estaban
en las últimas, aunque todavía conversan un aroma muy agradable.
Se ofreció gentilmente a acompañarme hasta la puerta de mi casa,
gesto que rechacé igual de gentilmente porque total vivo a una casa
de la suya. Antes de despedirnos lo invité a que
viniera el miércoles a las seis. |