Con las palabras contadas,
llegó de un lugar sin nombre;
guardaba en el bolsillo, tres recuerdos confusos.
La huella del azadón se adentraba en sus manos,
sólo sabía de habas y frambuesas;
había vivido, rodeado de nada.
Su sombra ya recorría tres siglos,
con ella había cubierto su estirpe;
a él, lo había olvidado la muerte.
Despertaba a la inveterada usanza,
de comer de la tierra arada;
dormía, sin saber dónde había dejado las horas.
Ahora, con mirada desviada,
recorre paisajes, tiempos y apegos
ya no hay lugar, para un último recuerdo.
(Källs Nöbbelöv, 2012) |
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